Hay que echarlos a todos y convertir al país en una gran Asamblea Popular

Asamblea de Cresta Roja con organizaciones solidarias y vecinos. ¡Multiplicar este ejemplo en todo el país!

Desde que explotaron la corrida financiera y la escalada del dólar, el gobierno está pasando uno de sus peores momentos. Esta situación se empeoró a partir del acuerdo con el FMI, que para la mayoría de la sociedad constituye una abierta aceptación de la crisis por parte de un gobierno, que no tiene un plan ni la capacidad de ser un “piloto en la tormenta” más o menos eficiente. Pero esto no solo afecta al gobierno, sino también al conjunto de la oposición patronal, que no corre mejor suerte en materia de imagen y aceptación popular. Así lo reflejó el diario La Nación semanas atrás, cuando uno de sus cronistas - refiriéndose a las encuestas oficiales y no tanto - dijo que “Macri baja pero nadie sube”.

La crisis económica, que no es local sino que forma parte de una debacle internacional muy profunda, no es el único problema para la burguesía. ¡Existe otro aún mayor que este! - la debacle de su institucionalidad - que estalló en 2001, nunca pudo cerrarse y no existen perspectivas de que puedan resolverla en lo inmediato. La implosión de uno de los partidos más viejos del capitalismo local - la UCR - fue una de las primeras manifestaciones claras del hundimiento que ahora está arrastrando al peronismo - fragmentado y sin jefes creíbles - hacia una perspectiva que se asemeja a los últimos años de la edad media, con caudillos peleándose entre sí y un sistema que ya no tiene más para ofrecer, salvo penurias. 

Esta catástrofe para los de arriba no sólo la expresa esta ausencia de partidos fuertes que representen a una u otra facción del capital, sino también la inexistencia de organizaciones patronales de masas, lo que constituye un síntoma de la debilidad del régimen “democrático burgués”, que para funcionar necesita contar con partidos sólidos y eficientes. En los años que siguieron a la última dictadura, el peronismo y el radicalismo - e incluso algunas variantes “alternativas”, como la Ucedé o el Partido Intransigente - contaban con una nutrida base militante. Basta recordar los actos masivos en los que hablaban Raúl Alfonsín o Antonio Cafiero, imágenes que forman parte de un pasado remoto, aunque apenas hayan transcurrido algunas décadas.

Los partidos políticos de la clase dominante dejaron de tener influencia de masas y miles de activistas para convertirse en meros aparatos electorales o empresas de “marketing” que sostienen y promueven a ciertos candidatos. Este resquebrajamiento pone el riesgo al conjunto del sistema capitalista, que hoy por hoy ejerce su dominación política mediante la cada vez más decadente “democracia” representativa. En este contexto se presenta la dicotomía que atraviesa al conjunto de la izquierda con intención revolucionaria, que se debate entre dos opciones antagónicas: ¿Sostener a las instituciones que garantizan la “gobernabilidad” de los planes de ajuste o hacer lo contrario, apuntalando, extendiendo y unificando las luchas, lo que significa “elevar la vara” que las acciones del 18D ubicaron bien arriba? 

Desde nuestro punto de vista, el actual período de luchas obreras no tiene una dinámica defensiva, sino todo lo contrario, ya que los trabajadores - que recurren cotidianamente a los “tradicionales” métodos de Acción Directa - tienden cada vez más a decidir todo a través de herramientas democráticas, como las asambleas obreras y populares. ¡La base obrera y popular, principalmente las mujeres y los jóvenes, detestan a quienes pretenden “llevarlos/as de las narices”! Por eso construyen - lenta pero sostenidamente - la democracia directa en los piquetes, que objetivamente cuestiona todo el andamiaje institucional de esta falsa “democracia” de los ricos, que no es otro cosa que una dictadura del capital. 

Por esto y porque confiamos en la clase obrera, entendemos que la tarea principal de los/as revolucionarios/as es la de promover esas formas de organización, para que se conviertan en la base de apoyo de una Gran Asamblea o “Congreso” Obrero que unifique a los/as que luchan, debata y resuelva un Programa Social y Económico Alternativo que responda a las demandas insatisfechas de las mayorías. Para sembrar el camino hacia esa salida de fondo - el gobierno de la clase obrera y el pueblo - es necesario impulsar el desarrollo y la extensión de una metodología democrática que ayude a enterrar en el basurero de la historia a la ficción “representativa” que construyeron durante años los burgueses con el propósito de perpetuarse en el poder y garantizar la explotación de la clase trabajadora. 

En ese sentido sería correcto imponer la derogación de uno de los artículos más reaccionarios de la Constitución - el número 22 - que sostiene que el “pueblo no gobierna ni delibera, sino a través de sus representantes”, convenciendo a las masas que lo que corresponde hacer es justamente lo contrario, ya que si el pueblo trabajador no asume el control de sus destinos nadie lo hará por él. ¡Para que esto comience a ser cierto debemos convertir a país en una gran Asamblea Popular, asumiendo que los trabajadores hemos demostrado en reiteradas oportunidades que estamos en condiciones de decidir y organizarnos para resolver nuestros problemas.

Para concretar esta perspectiva será necesario dar pasos de calidad en la lucha contra el gobierno y sus aliados, organizando desde abajo un Plan de Lucha Independiente, preparado en un Centro Coordinador de la Resistencia, Congreso de Bases o Asamblea Nacional de Trabajadores y Trabajadoras que se proponga unificar los conflictos, debatir y resolver un programa alternativo de gobierno. La izquierda y demás organizaciones combativas deben ponerse al frente de esta tarea.

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